29 de mayo de 2009

El mejor amante


Cuando te sientas muy sola y cuando quieras llorar, cuando sientas la tristeza de quien no es querido ya, cuando las noches sean largas, cuando no haya un despertar, vete a la orilla, chiquilla, vete a la orilla del mar.

Estas estrofas pertenecen a la letra de la canción Chiquilla que, en sus principios, cantaba Julio Iglesias. Y realmente descubre mi adoración por el mar. Alguien que siempre fue un gran amigo para mí y que me amaba y cuidaba silenciosamente, fue quién me regaló el single con estas palabras escritas de su puño y letra en la portada. Escribía unos versos maravillosos y digo escribía, porqué murió sin llegar a conocer su propia vejez. Se firmaba Trovador. Quizás Pedro ya vislumbró en mis ojos las mareas del mar y supo que, junto a la orilla, podría hallar todo aquello que mi interior necesitaría en algún momento de mi vida.

Y así es. Me sería imposible vivir sin saber que está ahí, siempre. Esperándome para sorber y enjuagar mis lágrimas, para contagiarme su fuerza y abrazarme con sus aguas ceñidas a mi piel. ¡Cuantas veces me ha visto absorta en la arena en busca de soledad! Contemplarlo, es como entrar en mi casa y sentirme protegida, amada y comprendida … encontrar la paz.

Nadie me ha descubierto nunca bañada por la luz de la luna en íntima conversación con las aguas tranquilas que, suavemente, besan mis pies mientras se llevan mis penas, mis pensamientos, mis desamores. Y así, dulcemente, dejan que penetre un nuevo rayo de luz en mi cansado corazón. Es mi mejor confidente. Me escucha y me responde con caracolas de espuma plateada danzando al son de la orquestación de las galaxias y las estrellas que salpican de chispas el color de azul noche que estrena en las cálidas noches de verano, hasta que consigue hacerme sonreír y saber que vuelvo a poner mi contador a cero.

Jamás podría imaginar un amante mejor que aquél que fuera capaz de emular los rituales del mar. Que consiga hacerme sentir sus brazos como algas violetas y resbaladizas sujetándome con delicadeza pero, al mismo tiempo, con firmeza. Que sepa acariciar despacio, silente y sutil como el agua mansa de la cala cerrada a los embates de las corrientes abiertas y adivine el momento exacto en que mi barca necesita sentirse mecida por las batientes olas que, amenazadoramente, preceden a la cercana tormenta que ambiciona hundir nuestra pequeña pero incansablemente luchadora nave. El mar aúlla bramando su clímax de ahogo desenfrenado. Rugen las bocas de espuma blanca mientras se alzan para intentar absorber el espacio sideral y, mientras se repliegan en espiral sobre su misma voracidad, rompen estrepitosas y furiosas contra las rocas que interceptan su camino y no pueden impedir el invadir, absolutamente desenfrenadas, las frágiles Justificar a ambos ladosarenas de la playa. Se filtran libremente por sus poros y les concede el gozo de empaparlas en sal, con aromas de marineros y de ron desgranando una guitarra.

Así es como quisiera sentirme y así idealizo mis anhelos. Por eso en las noches de luna me gusta acercarme a la orilla y, cerrando los ojos, me imagino a mi amante conmigo, al rítmico son de las lenguas que dejan en mis pies los besos que mis labios le brindan a través del AIRE, mientras una lágrima le regala un todo y un nada antes del amanecer. Una comunión celestial entre carne y agua, entre cielo y tierra; entre una mujer … y el mar.
Isabel 29 mayo 2009

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