28 de abril de 2011

La casona



LA CASONA



El sol, que acababa de coronar las cúpulas de los árboles forestales, pugnaba por introducir sus tenues rayos a través de la fortaleza inexpugnable de la vieja casona. Ventanucos con dobles postigos cerrados a cal y canto a la paradisíaca madre naturaleza, regalo de vida, que la rodeaba.

La brisa matinal, mecía las ramas de los almendros en flor esparciendo una lluvia de pétalos blancos y alados, que bendecían la extensa alfombra verde salpicada de miles de botones de corolas amarillas que, gozosas y solemnes, saludaban al nuevo día que les prometía un clima primaveral.

Una madera carcomida, que no encajaba en su gozne, permitió que un hilo de luz se colara con descaro dentro de aquella ruina de piedras centenarias. La estancia quedó en penumbra. En una penumbra amasada entre un silencio fúnebre y un ambiente denso que apenas dejaba respirar y olía a olvido y podredumbre.

A medida que el tiempo avanzaba, el inmutable edificio iba dejando al descubierto una parte de su oxidado interior. El primer piso, enorme, vacío; losas de piedra rojizas cubiertas de polvo y pisadas del pretérito, componían un suelo irregular que, inexplicablemente, subía y bajaba como por antojo ¿porqué no sería llano?

De repente, en un rincón, una vieja puerta marrón oscuro indefinido. Sin pomo ni cerrojo. Fuertemente custodiada por un candado cuya llave quién sabe si alguien se la llevó o simplemente se extravió en la nada. ¡Otra puerta! .. otro candado. ¿Qué habría dentro? La mente puede imaginar, puede inventar, puede buscar explicaciones lógicas pero, nunca, puede SABER si no VE. Y esas puertas, esos candados cerraban el paso a la posibilidad de ver, saber y entender. Allí estaban ¿guardando un pasado?.


Hacía años que nadie recordaba aquellos largos mármoles de cocina, de grueso y duro granito blanco con enormes fregaderos cubiertos con pobrísimas estanterías donde escurrir los platos recién lavados. Allí estaban; el hermetismo de la casa había salvaguardado la memoria. Ni siquiera tenía fogones. En su lugar, un espacio vacío donde varias arañas habían tejido su dulce hogar. ¿Quiénes y cómo debían ser los últimos habitantes de esta tosca morada cuyos inviolables misterios se estaban escapando ahora a través de un resquicio desgastado?


Pero cualquier pensamiento se comprimió instantemente en un grito de terror; de asombro; de stop cerebral. ¡La chimenea! ¿Qué ya no humano, si no mente distorsionada, había sido capaz de ni siquiera imaginar un boceto tan monstruoso, tan tétrico, burdo y fuera de cualquier diseño fundamental como ese?

Hubiese sido mejor que siguiera imbuida en la oscuridad, en la negrura. Se congelaban las entrañas con solo mirarla: Yeso, esparto, esparto y yeso mezclados, machacados como huesos de calaveras y espesados a la máxima textura, juntos. Una masa blanca colmada de cerdas amarillentas que se asemejaban a cabelleras en putrefacción, tal vez, en un ataque de esquizofrenia, el autor se dedicó a la tarea de convertir ese material en una enorme boca con mueca retorcida y espeluznante en un lugar donde quemar sus pecados, sus llantos, sus gritos interiores y su amargo pasado.

En el fondo, se podía intuir su destino: Todo negro. Cenizas.

Puertas, chimenea y una estrecha escalera que conducía al piso de arriba. Todo pintado del mismo color: marrón oscuro para asegurar la invisibilidad de este lúgubre e inexistente lugar.

Un sonoro zumbido empezó a retronar en el silencio. Pero el sutil resplandor no llegaba a iluminar aquél punto aéreo entre el suelo y las astillosas vigas celestiales. Psssss. Silencio … se acerca … un enorme mosquito con alas de libélula daba vueltas y vueltas en busca de víctimas de sus picaduras. Era realmente enorme. Un detalle digno del emplazamiento. Y con su natural sonido, siguió algún camino y, en algún lugar de la oscuridad… paró.

Tic, tac; tic, tac …. El sol daba por terminada su jornada. Por mucho que repasó, nada ni nadie abrió un mínimo agujero para descubrir el contenido del segundo piso. No hay prisa. Sabe que amanece cada día y, el tiempo, se encarga de que su luz llegue hasta la más remota antigüedad .. la mas recóndita, la mas olvidada por olvidados humanos que, quién sabe si siguen vivos o quizás sean muertos eternamente confundidos que siguen ocupando sus mismos lugares fantasmales en La Casona.






Ellos, todavía, no han descubierto

LA LUZ ..


































































































































































































1 comentario:

  1. Se me antoja tal y como la pintas, a la historia de la humanidad, una maldita cosa detrás de otra. Nuestra mente llena de una barahúnda de pensamientos, uno detrás de otro. La dimensión de la conciencia de los objetos, en este caso viejos y misteriosos.
    La conciencia que has tenido de esa casona significa además de ser consciente de sus cosas – lo cual siempre acaba reduciéndose a percepciones sensoriales, pensamientos, emociones-, hay por debajo una corriente de conciencia. Esta implica que no solo eres consciente de aquello que sentiste junto a sus objetos, sino que también eras consciente de ser consciente, es decir, que puedes sentir un estado de quietud y alerta en el fondo mientras ocurrían aquellas cosas en primer plano.
    Llévate esa sensación y esa paz que ya has conocido, consciente de que te has liberado del ego, pues solo tu dimensión espiritual puede dar sentido transcendente y auténtico a tu mundo, a nuestro mundo.

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