Hoy quiero hablarte a ti, sombra
silvestre y digo sombra porqué te desplazas silenciosamente entre
los árboles y las tierras escalonadas sin que nadie más que los
pájaros perciban tus lentos pero seguros pasos rompiendo la volátil
niebla de las montañas.
Huyes. Huyes de las calles asfaltadas
donde las ruedas de los automóviles dejan huellas de
velocidad en movimiento mientras una estruendoso sonido se expande
por los tímpanos llenos de contaminación de los autómatas
habitantes, que deambulan mezclándose de norte a sur y de este a
oeste sin reparar en su propio ambiente ni su monótona dirección.
Huyes de los edificios, de las paredes,
los techos, las puertas y de todo lo que puede coartar tu
incontrolable necesidad de aire y libertad. En tu huida te olvidaste
los zapatos pero tus pies no sienten frío; te olvidaste la chaqueta
pero las ramas de los robles tienen tanta fuerza que te regalan calor
de hogar y nuevas energías para seguir caminando, seguir ascendiendo
hacia la cima donde te sientes más cerca del cielo.
Huyes de las lenguas sin sentido y las
palabras vacías que te hacen sentir incómodo y fuera de lugar, de
los espacios humanos creados para rellenar cerebros de paja color
naranja que ni saben en qué pensar. Nada tiene razón de ser. Nada
es suficientemente interesante o apasionante para conseguir que te
integres en el medio natural de los simplemente hombres.
Y yo, mariposa multicolor con perlas
anacaradas que muchas tardes me poso por un momento en tu ventana
cerrada, lo sé. Sé porque huyes y de qué huyes. No te extrañes,
las mariposas tenemos el don de la sensibilidad y la delicadeza que
nos permite captar los secretos del alma humana. Nuestra vida es
corta; pero muy afortunada ya que nos permite volar como arco iris sobre los perfumes y los jardines en flor. Ese es nuestro regalo y por ello
abrimos nuestras espléndidas alas a los ojos que saben descubrir en
ellas toda nuestra elegancia y diversidad.
Tu infancia fue masacrada, pisoteada.
La soledad y el miedo acompañaban tus tardes de pan con chocolate
cuando no entendías nada. Un helado sabor amargo llenaba tu boca sin
dejarte gritar ¡basta! Y así, tu corazón, ni por un solo segundo te
dejó conocer qué era el amor. El instinto animal te llevó a
protegerte de sucumbir a las viejas y grises telarañas de tu
alrededor y, en cuanto vislumbraste el mínimo destino, empezó tu
carrera en pos de la liberación, buscando desesperadamente la paz.
Pero la paz es aquello que no existe para los caminantes cargados de
pasados tristes, heridos y marcados a fuego y el archivo de los recuerdos
siempre sale a flote a pesar de haber intentado ahogarlos en el mar
con una pesada piedra ligada a cientos de pequeños momentos, que
forman un puzle para olvidar. Como mariposa, quisiera acariciar tu
mejilla y sanar tu interior para que te fuese posible aterrizar donde
debías; pero no tengo la magia suficiente para poder cambiar por
otra, tu misma vida.
Por ello, ese destino que creíste
encontrar fue solo un espejismo donde poderte esconder,
cobijar. Mas tan sólo huyendo y escapando de la especie que destrozó
tu derecho de sobrevivir, todavía con el miedo y la desconfianza a
cuestas, podrás encontrar lo único que te puede abrazar y consolar:
la naturaleza en estado puro.
Hola mariposa, soy tu sombra silvestre que tan bien conoces. Aquí sigo escondido esperando a que un rayo amoroso de luz acabe con esta pesada mochila. Cada vez que hablo por teléfono con aquellos “autores” para felicitarles no sé muy bien qué, su timbre de voz me recuerda que sigo siendo el mismo niño de entonces, que sigue tan herido y maltratado como entonces, en esta pesadilla de dimensión de espacio y tiempo de la que la naturaleza me rescata algún fin de semana.
ResponderEliminarEs precioso
Besos