Siempre me he
preguntado si lo primero que reacciona al despertar son los ojos o es la mente.
Quizás observando detenidamente, puedo considerar que son los ojos mientras que
nuestro cerebro, intenta alargar el agradable letargo desde donde se niega a
abrir la puerta que, inexorablemente, obliga a volver a enfrentarse a la propia
realidad, al estrés, la hipocresía, la mentira y a recuperar su cotidiana
personalidad inventada para no ser pasto de las alimañas de dos patas que
siempre deambulan por los espacios abiertos.
Y es exactamente
ahí, en ese punto entre la semi-inconsciencia de intentar juntar las piezas de
mi puzle personal, cuando me doy cuenta que ha vuelto. ¡Oh Dios mío! Hoy no la
esperaba. Nunca avisa. Cuando desaparece, no se despide y paso los días y las
horas pensando en ella y preguntándome: ¿volverá?
Esa imposibilidad
de conseguir abrir los ojos. Esa oscuridad total afincada en mi cabeza. Esa
necesidad imperiosa de seguir imbuida en
el sueño de Morfeo. Un cuerpo pesado, agotado, vacío de energías convertido en
estatua de mármol frío, pétreo, inamovible y que no responde a ninguna orden
del sistema central que se esfuerza en ponerlo en marcha. Sí …. Ahí está. Ha
vuelto.
Me ahogo, me falta
el aire. Una enorme losa oprime mi pecho y reaparece el dolor. La pena asciende
por la garganta y, sin poder gritar, se expande por todo el espacio craneal con
la fuerza de aquellos sentimientos desesperados que no paran de martillear los
huesos y la piel, intentando detonar hacia el exterior. Están encerrados en un
laberinto de sensibilidad y pensamientos
donde se ha entablado una encarnizada lucha que suponen es la única
forma de no volver a caer en ese pozo sin fondo en el que siempre me sumerge
Ella.
Llorar; es muy
fuerte mi necesidad de llorar. Si tuviese un motivo, un solo motivo
suficientemente importante como para apretar el botón rojo y abrir las
compuertas de mis pupilas. Pero no hallo razón y empiezo a dar vueltas sobre el
lecho arrastrando a derecha e izquierda las puntas del edredón. Me tapo y me
asomo por el embozo con la esperanza de que hoy, pueda ser un día parsimonioso
y monótono como los demás.
Pero no. A los
puntos de luz procedentes del ventanal, invisible y estática junto a la pared
color salmón, sigue montando su guardia. No la veo. Pero la percibo y, al alba,
sus maléficos poderes se han imbuido en mi espíritu y ya no soy yo. Me he
convertido en Ella.
Lo sé. Sé que no
tengo escapatoria y, vencida, me arropo, me doy la vuelta y sigo durmiendo.
¿Tengo sed?.. No.
Tienes que comer algo; ¡no tengo hambre!.. Tienes… ¡Déjame! Nada importa. Si
muriese ahora mismo nadie se enteraría. Moriría igual que vivo: sola.
¡Quiero llorar! No
puedo. ¡Quiero morir! No es tu hora. Los ecos van y vienen a través de las
venas del cerebro, resuenan en mis oídos y, entre nebulosas, sé que tengo un
gran dolor de cabeza. La presión es máxima y el espacio mental disponible no es
suficiente para conseguir poner en marcha la máquina de descifrar palabras. Además...
no importa. Nadie lo sabrá.
Quisiera ser capaz
de realizar un supremo esfuerzo y conseguir llegar hasta la ducha para abrir el
grifo y poder fundirme con el agua. Racionalizar que cae sobre mi cuerpo y me
moja. Recuperar al sentido del tacto la lucidez de darme cuenta que hace tiempo
ya es de día y, si esa lluvia plateada, incolora, inodora e insípida, consigue
aclarar y despertar mi dormida cabeza, conseguir escaparme del malvado
sortilegio que tantos días secuestra mi cuerpo y mente terrenal y lo encierra
en la torre del castillo de las tinieblas, la tristeza y la confusión donde
dejo de ser un ser vivo para convertirme en un zombi durmiente que teje
pesadillas e historias rocambolescas en las que permanece enredada como una
araña perdida en su dulce madeja gris oscura e interminable.
El reloj camina
impasible por los segundos, minutos, horas…. y sigo dormida en el regazo de mi
habitual visitante. Ya no intento nada. He apagado la última ráfaga de luz que
había en mi lúgubre cabeza y me he entregado totalmente a la que protege mis
días sin motivos y sin finalidad. Total, mi realidad es simplemente desgranar el
tiempo que falta para que llegue el momento de abandonar el cuerpo y poder
volar al espacio mientras sigo siendo esclava de mi propia Melancolía.
Normalmente son las
cinco de la tarde cuando algún mago clica los dedos y, a la cuenta de tres …
¡despierto!. Ya casi se ha consumido el día y me permito comer alguna cosa y
echarme en el sofá para encender una televisión que no veo, tan sólo por sentir
resonar por las habitaciones voces que me transmiten compañía y deduzco que, en
alguna otra parte, existe vida.
A veces nos vinculamos a seres que hemos traído a la vida creyendo que nos amarán tanto como nosotros a ellos. La vida es una especie de broma de mal gusto para nosotros, tan sensibles, ¿para qué?. Deseando salir de esta capsula de espacio y tiempo impuesta por alguien. Agarrándonos a la butaca, al sofá, a la cama, sabiendo que esta película no va con nosotros. Que nos dejen marchar sin sufrir más.
ResponderEliminarMe gusta el nuevo diseño del blog,
Besos